Gastronomía en estado puro
Como bien dijo Albert Einstein ‘la vida es como andar en bicicleta. Para mantener el equilibrio hay que estar en movimiento’. Toda una declaración de intenciones que cobran vida en este jovial restaurante ubicado en una casona rehabilitada del s. XVIII.
En su cuidado interior, de simpático ambiente rústico-retro, se pudieron conservar algunas dependencias de gran valor como es el caso de la antigua librería, convertida en comedor privado, el patio con arcada de piedra, convertido también en un anexo al comedor, o la peculiar escalera de sillería.
La cocina se abre a la vista del comensal a través de una pequeña barra en la que se ofrece comenzar con su menú degustación, para un máximo de cuatro personas.
Eduardo y Cristina nos brindan un arte culinario fresco, emocional y visual que hunde sus raíces en la cocina tradicional cántabra y vasca, añadiendo excelentes dosis de creatividad.
Un honesto trabajo plasmado en un menú -corto, intermedio o largo-, con un producto excelso, acompasado por una profunda mirada a lo ecológico y a la proximidad, así como un particular sabor de espíritu viajero que, además, muta a diario.
Gustan especialmente sus cocochas de bacalao Giraldo en su pil pil, con salsa de chipirón y aire de salsa verde, la lubina a la sal con caldo ahumado y empanadilla de carabinero y el pato engrasado en dos cocciones con perlas de queso Divirín, focaccia de romero y apionabo confitado.
Todo regado con una buena carta de vinos y opciones de maridaje para redondear una experiencia única.
La sala presta un servicio dinámico y completamente apasionado. Una pasión reconocida con justicia por los inspectores de Michelín.
¿El plus? La agradable terraza invita al vermú en un ambiente distendido.
Leave a reply